El origen de la depilación se remonta hasta hace más de 3.500 años. Los sacerdotes de la antigua civilización egipcia se rasuraban todo el cuerpo como señal de purificación. De forma parecida, en la Roma clásica la depilación representaba un estatus elevado y sólo estaba al alcance de las clases más privilegiadas.
Una curiosidad a este respecto se dio en la Grecia remota, donde a los hombres les encantaban las mujeres depiladas, lo cual resultaba extremadamente difícil de conseguir porque ellas eran, por genética, muy velludas. Así, las griegas asumían grandes sufrimientos para depilarse con ceniza caliente, con la llama de una lámpara o arrancando cada pelo con ayuda de unas pinzas.
Varios siglos después, en torno a 1875, nació la depilación eléctrica gracias al doctor norteamericano Charles E. Michel. A partir de ese momento, comenzaron a desarrollarse nuevas técnicas y aplicaciones para mejorar la tecnología.
Pero el verdadero impulso definitivo a la depilación se produjo a partir de 1960, cuando se creó el primer láser de Rubí, el cual no se aplicó a la fotodepilación hasta 1991. Como tantos otros avances de la técnica, este tipo de depilación fue un descubrimiento accidental, pues se apreciaron sus efectos depilatorios mientras se eliminaban tatuajes mediante técnicas láser.
Otros hitos históricos en la evolución de la fotodepilación han sido el descubrimiento del primer láser de Neodimio-YAG en 1975 y su posterior aplicación a la fotodepilación en 1995, la aparición de los equipos IPL en 1996 y la creación de los primeros láser de Alejandrita y Diodo, en 1997 y 1998 respectivamente.
Y, por supuesto, el nacimiento de Dpila en 2002 y su desarrollo de la dermometría óptica, el único sistema científico de control dermatológico para análisis de piel y pelo que existe en el sector, cuya culminación tuvo lugar en el año 2011 y que permite a Dpila garantizar la seguridad mediante criterios científicos totalmente medibles.